El amor no se nombra,
se siente en la hondura del alma,
es la brisa que roza la frente cansada
y la luz que regresa
cuando todo parece apagarse.
Es la paciencia de un río
que acaricia las piedras del camino,
la ternura escondida en un gesto pequeño,
la promesa que vive
sin necesidad de palabra alguna.
El amor es raíz en la tierra,
pero también es viento en las alas.
Nos ata con hilos invisibles,
y a la vez nos libera hacia horizontes
donde nunca habíamos soñado llegar.
Es dolor que enseña,
cicatriz que recuerda,
es lágrima que limpia la mirada,
es abrazo que acoge las sombras
y las convierte en claridad.
El amor no exige, acompaña;
no encierra, abre;
no destruye, construye.
Es una fuerza indómita,
capaz de quebrar el miedo más hondo
y de alzar en vuelo
al corazón más herido.
Amar es mirar y ver más allá,
es escuchar lo que nunca se dijo,
es reconocer en el otro
un espejo de nuestra propia eternidad.
El amor es todo y es nada,
es comienzo y es fin,
es un instante fugaz
que nos toca y se escapa,
pero que deja en nosotros
el temblor eterno
de lo infinito.
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