En este mundo que nos ha tocado
vivir, que nos envuelve y hasta
nos traga, estamos ya cuasi
encerrados en nuestras
íntimas percepciones y lo más
valioso de ellas es ya
incomunicable.
En uno de mis apuntes guardados en mi Libreta de Anotaciones dejé escrito, en noviembre de 2011, que Platón lo había basado todo sobre el papel y que cuando tuvo que volver al papel de la realidad pura y existente dudó de sí mismo.
A veces, y salvo raras excepciones, mi mirada siempre se ha dirigido desdeñosa hacia esos párrafos perdidos que son presentados como poemas para mí ya vaciados previamente de cualquier contenido, ya sin alma: ¿Puede un poeta reconocer que sus poemas no tienen alma, fríos, lejanos y también cercanos en la no explicación del por qué esas palabras con o sin sentido...? Eso es vaciedad del alma. Todo poema sólo es, y en el fondo, un desahogo o quizás una explicación forzosa que nadie ha pedido ni desea pedir. Un intento vano y a veces inútil de descubrir o de encontrar los refugios de un submundo oculto en el pensamiento humano que se exterioriza con una mirada que acaba en un lenguaje. No hay más, sólo eso: vaciedad.