A ti, poeta del alma herida, que escribes en la sombra callada, te pienso en cada rima escondida, te abrazo en esta palabra alada.
Sé del dolor que en el pecho anida, de la esperanza que a veces se apaga, del cuerpo que lucha y no se rinde, y del verso que aún sueña y no se embriaga.
Tus letras son fuego que no muere, aunque tiemble la voz o el pulso ceda, sigues bordando con luz lo que hiere, das belleza a la vida que queda.
Tal vez nadie escuche lo que cantas, ni vean la lágrima en tu cuaderno, pero yo —hermano en esta andanza te leo y te guardo en mi pecho eterno.
No estás solo en este viaje incierto, ni en la batalla que el alma sostiene.
Tus versos, aunque parezcan desiertos, son semillas que el corazón contiene.