Margarita García Alonso

Poema de muda

Bajo luna menguante,

la muda juega al tarot.

El bandido, eunuco en país de ecos,

parece un montañés

que ha perdido ovejas.

Barajan horas, doce veces mayor

que la prudencia es la sed y el hambre,

allá afuera calles como pasillos

de carencia, aullidos de psiquiátrico.

Están en peligro,

la carta del ahorcado zozobra

el cuchillo extirpa blanco.

Esposo de la oscuridad, el bandido

recompensa con hurto y mirada baja.

La muda acaricia piedras,

si gana partida tendrá aprobación,

de los viejos.

El bandido zurce combina

que no cae en la mesa.

El rastreador de infamias,

trompero de baraja, zapatea entrañas

desde hace medio siglo.

La muda contempla tejados,

bucea cartas para prenderse dos o tres

horas al desdecir del caos.

Una mujer puede arrancarse a un hombre,

pero no al bandido que esconde en la manga

su esencia: hallar una vida delicada

y quebrarla.

Un hombre puede arrancarse a una mujer

pero no a la que calla.

La gloria del bandido es encontrar el hueco

donde no le acuse la palabra.

Es costumbre esconder una taza sin asa,

cualquier objeto medio roto medio muerto

medio nada.

Es costumbre fingir cuando algo/alguien falta.

Es como si pasara todo el día esperando

es como si todo el día fuera espera

es como si no hubiese otro día otra espera.

La Muda fuma, bebe, alza faldas.

En el juego prudencia, el que aconseja

está más pálido que su víctima,

no hay pruebas, pero espanta.

El bandido enseña el suelo

donde caen cartas.

La muda no puede tocar tierra.

El tarot cierra

asaltado por ruidos,

escampa.

Mudas y bandidos rastrean rostros,

la partida es válida en una isla lejana.

del poemario Mar de la Mancha, Editions Hoy no he visto el paraíso, 1992