Tuve que decirle al cielo cuánto dolía tu engaño,
porque tuve el valor de no llorar frente a mis hijos,
de fingir que no pasó nada,
de sostener su mundo, con los ojos al cielo
y con nada en las manos.
Entonces, me fui y lloré en el baño,
donde las lágrimas se mezclan con el sudor,
y se deslizan hacia rincones donde viven las carroñas,
donde no hay luz ni cielo claro.
Y aunque no vales ninguna de ellas,
en ese momento no pude evitarlo.
Llorar por ti… eso sí me decepcionó.
Pero aún me estoy encontrando,
como quien sabe a dónde va,
aunque a veces pierda el rumbo
y deba encerrarse de nuevo en el baño.
Porque hay madres que no gritan,
no rompen cosas ni tiran platos,
se rompen por dentro y se cosen en el baño…