Desde el sur del alma,
donde el mar no olvida
y el viento pronuncia nombres
que solo el silencio escucha,
camina un hombre sin coraza,
hecho de recuerdos,
de pan compartido y noches largas.
No escribe por fama
ni por eco ajeno,
sino por esa chispa
que arde entre los huesos
cuando la vida pesa
y aún así se canta.
Habla con la ternura
de quien ha perdido
y aun así ofrece su voz
como faro en la niebla,
porque sabe que un verso
puede ser abrigo
cuando todo tiembla.
Wigo —le dicen algunos—
pero el cosmos lo nombra
con el idioma antiguo
de los que no se rinden.
Y aunque la calle esté fría,
y el alma a veces vacía,
en cada poema que deja
hay una estrella encendida.