La vida me brindó la voz de mi madre,
su amor me sostuvo en cada caída;
aunque el tiempo golpee con puños de mal padre,
su ternura me alzó devolviéndome vida.
De una mujer sagrada nacieron dos luces,
bendiciones que laten y me hacen ser;
sus risas me arrancan las penas más dulces,
en sus ojos encuentro razón de creer.
Un amor tardío sacudió mi cimiento,
vino a destiempo a romper mi razón;
me enseñó que aún late, con furia, mi aliento,
aunque duela su fuego y su contradicción.
Entre enfermedades y niebla pesada,
la ansiedad y la sombra se hicieron hogar;
pero sigo de pie, con el alma tatuada:
mi reflejo es la lucha de nunca claudicar.
Hoy soplo mis años con calma y con brío,
la vida me forja con todo su afán;
brindo conmigo mismo en mi desvarío:
¡feliz cumpleaños a mí, y a nadie más!