A veces quisiera
tener un poema de primavera,
un par de metáforas recién abiertas
y el trino de un pájaro
para abrigarte el corazón.
Quisiera hablarte del sol
tibio en la piel,
de la brisa que inventa encajes finos
en las nubes,
y regalarte el único verso
que le falta a tu sonrisa.
Pero mi paisaje es otro.
Yo sé de la sequía que agrieta la mirada
y de huracanes con su furia ronca
anunciando que la vida aquí es distinta.
Mi patria es esta guardería que calla,
que llora
un llanto nuestro,
una angustia seca.
En lugar de un ramo de rosas
tengo este cántaro de barro,
crudo y franco,
lleno de palabras que saben a polvo
y a esperanza terca.
Tómalo. Es tuyo.
Es mi torpe intento de sembrar
algo parecido a una flor
sobre este concreto.
Porque la única primavera,
la que se verdad importa,
se asomó una vez en tu mirada.
Y aunque entre nosotros
nunca floreció la tierra,
nadie me arranca la certeza
de haberla conocido.