La vida me arrastra como un río sucio,
me traga los nombres y me deja sin aliento.
A veces la respiración se vuelve un hilo,
apenas un susurro clavado en la garganta.
La luz es escasa, una vela rota en un cuarto frío,
se apaga cuando intento acercarme.
Los días pasan con paso de animal viejo,
y mi pecho aprende a pesar más que antes.
Sin embargo me quedo, con las manos húmedas,
intentando juntar una chispa que no se mate.
No sé si es coraje o costumbre,
pero empujo la noche un milímetro más lejos.
Si mañana me ve débil, que no se confunda:
a veces sobrevivir es esto —reconstruir a tientas—,
y cada respiración, aunque pequeña, es un acto de guerra.