Has recorrido tantas estaciones,
con maletas ligeras y a veces demasiado pesadas.
Viste pasar rostros que apenas rozaron tu mirada,
y otros que se quedaron como tatuajes invisibles.
Algunos fueron pasajeros fugaces,
otros te acompañaron con la eternidad de un suspiro.
En el viaje, llegaste a tiempo para ciertos corazones,
y a destiempo para otros que no supieron esperarte.
Fuiste indispensable en la vida de alguien,
y un sueño incomprendido en la de otro.
El tren no se detuvo:
te dejó cicatrices que aprendieron a sanar
y heridas que, aunque calladas, aún respiran contigo.
Has heredado silencios, memorias, aprendizajes.
El amor se subió y se bajó en distintas estaciones,
pero la vida, terca, sigue soplando carbón a la máquina,
obligándote a mirar por la ventana,
a reconocer que cada paisaje es irrepetible.
Tal vez este sea tu último viaje,
o tal vez aún falten estaciones por descubrir.
Pero hoy, con los ojos abiertos, entiendes:
no puedes quedarte en los andenes del pasado,
ni cargar con lo que pesa más que tus pasos.
El último tren siempre es el de hoy,
porque nunca sabes si habrá otro mañana.
Y es en este vagón —donde aún respiras,
donde el sol toca tu piel,
donde tu risa puede estallar como campana— donde debes elegir la felicidad como destino,
aunque no haya mapa ni certeza,
solo la fe de que viajar ligero
es la mayor victoria del alma.
ππͺπΏπ♥οΈ © 2025