El viajero del tiempo
“Advertencia: esta máquina no incluye devolución de cagadas.”
Si existiera la máquina del tiempo,
no pediría tornillos ni manuales:
me lanzaría de cabeza,
como quien lava el celular en el bolsillo del pantalón.
Iría al pasado,
no para matar a Hitler ni advertirle a Troya del caballo,
sino para decirle a mi yo de los veinte:
“¡No te compres ese pantalón de cuero,
vas a sudar como salchicha en feria!”
Ajustaría un par de metidas de pata:
ese beso que no me atreví,
ese préstamo que sí firmé.
Después me asomaría al futuro,
a ver si al fin soy exitoso.
No millonario (eso ya es cliché de telenovela),
sino con un café caro en la mano,
un libro mío en la mesa de novedades,
y alguien murmurando:
“ese tipo escribe como si traficara wifi con el diablo”.
Pero seguro me encontraría igual:
buscando las llaves,
peleando con las canas traicioneras,
descubriendo que la máquina del tiempo
no corrige idioteces,
solo las embotella en edición de lujo.
Entonces me reiría,
porque viajar en el tiempo no mejora la vida,
solo la convierte en un loop malicioso:
uno aprieta “repetir episodio”
y comete los mismos errores,
pero ahora con luces de neón y risas enlatadas.