Hombre-río, raíz de fuego y savia,
tu voz se abrió como un relámpago ciego
sobre la hierba que respira eternidades.
Cantaste al obrero con pan en las manos,
al amante que tiembla como aurora,
al mar que se desgarraba en espumas,
y en cada sílaba tuya
latía la respiración del universo.
Tu palabra fue tambor de fraternidades,
vino solar en la mesa del hambriento,
espada de aurora contra la noche inmóvil.
El alba se hizo carne en tus páginas,
y hasta los pájaros suspendieron su vuelo
para escuchar tu canto de hombre sin fronteras,
ese salmo desnudo sobre la arena del tiempo.
Oh patriarca del verso desbordado,
abriste tu pecho como un cosmos sangrante
y bebiste de las estrellas su secreto vino.
El polvo fue hermano, el viento fue hijo,
el astro te nombró en su órbita de fuego,
y bajo tu barba de profeta errante
nació la democracia de los astros errabundos,
un coro donde el hombre aprendió a reconocerse.
Walt Whitman, cantor de multitudes,
todavía tu sombra arde en los prados,
y cada generación que despierta
se refleja en tu hoguera encendida.
Tu legado es mar y semilla,
una brújula que germina en la sangre,
y cuando el mundo pronuncia tu nombre,
la hierba infinita vuelve a brotar,
susurrando que la eternidad también respira.
JUSTO ALDÚ © Derechos reservados 2025
Walt Whitman es una especie de aurora en la poesía moderna: con Leaves of Grass (1855) abrió el horizonte a una voz democrática, carnal, cósmica, que rompió los corsés de la métrica heredada. Su canto no obedecía a rima ni a medida, sino al pulso del aliento humano, como si la respiración misma se hiciera poema. Por eso muchos lo consideran el “padre del verso libre” en la tradición anglosajona, aunque no fue su inventor absoluto, sí fue quien lo legitimó y lo expandió como forma mayor. En él confluyen la exaltación del yo, la fraternidad universal y una visión mística de lo cotidiano: Whitman convirtió el verso en un río sin diques, vasto como la multitud que lo inspira.
A pesar de que Hojas de hierba fue frecuentemente catalogado como pornográfico y obsceno, solo una crítica remarcaba la actividad sexual del autor. En un ensayo de 1855, RUFUS WILMOT sugirió que Whitman era culpable de “ese horrendo pecado que no debe ser mencionado entre los cristianos”.
El gran escritor argentino Jorge Luis Borges admiraba mucho a Whitman y más de una vez aclaró que se vio ampliamente influido por su literatura, cuando no obsesionado. De su obra publicada conocemos dos ensayos pertenecientes a su libro Discusión. Los ensayos en cuestión son Nota sobre Walter Whitman y, El otro Whitman.
Más tarde Borges escribiría un poema dedicado a la memoria de Whitman, titulado Camden, 1892 (en referencia al año y lugar de la muerte del poeta americano):
El olor del café y de los periódicos.
El domingo y su tedio. La mañana
y en la entrevista página esa vana
publicación de versos alegóricos
de un colega feliz. El hombre viejo
está postrado y blanco en su decente
habitación de pobre. Ociosamente
mira su cara en el cansado espejo.
Piensa, ya sin asombro, que esa cara
es él. La distraída mano toca
la turbia barba y la saqueada boca.
No está lejos el fin. Su voz declara:
casi no soy, pero mis versos ritman
la vida y su esplendor. Yo fui Walt Whitman.
Camden, 1892. Jorge Luis Borges
Otro grande que admiró a Whitman fue RUBEN DARÍO, he aquí un poema en su honor.
En su país de hierro vive el gran viejo,
bello como un patriarca, sereno y santo.
Tiene en la arruga olímpica de su entrecejo
algo que impera y vence con noble encanto.
Su alma del infinito parece espejo;
son sus cansados hombros dignos del manto;
y con arpa labrada de un roble añejo
como un profeta nuevo canta su canto.
Sacerdote, que alienta soplo divino,
anuncia en el futuro, tiempo mejor.
Dice el águila: «¡Vuela!», «¡Boga!», al marino,
y ¡Trabaja!, al robusto trabajador.
¡Así va ese poeta por su camino
con su soberbio rostro de emperador!
Leer a Whitman, es leer el alma misma de un poeta, con admiración y respeto Justo Aldú