En la ciudad de los versos malditos, donde la métrica es un fantasma,
vagan sombras de sílabas, en un laberinto de plasma.
Versos de arte menor, susurros de la noche,
ecos de almas perdidas, en un eterno derroche.
Versos de arte mayor, pesados como plomo,
arrastran cadenas de sílabas, en un tedio sin asombro.
Temas cultos, venenosos frutos de la mente,
en un jardín de estrofas, donde el hastío es patente.
Versos simples, efímeros destellos de locura,
en la oscuridad del alma, su breve hermosura.
Versos compuestos, monstruos de dos cabezas,
gemelos siameses, en eternas rarezas.
Estrofas mono-métricas, prisiones de monotonía,
donde el alma se marchita, en una eterna agonía.
Polimétricas, laberintos de formas cambiantes,
donde la cordura se pierde, en instantes delirantes.
Bimétricas, dualidades que atormentan,
como el bien y el mal, que en el alma fermentan.
Ritmo trocaico, el latido de un corazón enfermo,
que marca el paso del tiempo, en un viaje al infierno.
Ritmo yámbico, la cadencia de la desesperación,
un vals macabro, en la noche de la desolación.
Dactílico, anfibráquico, anapéstico, ecos del pasado,
ritmos antiguos, que en el presente han naufragado.
La métrica, un corsé que aprisiona el alma,
en la danza de las palabras, una eterna calma.
Versos y estrofas, ritmos y métrica, en un juego perverso,
la poesía, un espejo roto, del universo adverso.