Rosa añil
perdida en la vorágine de un huracán milenario,
llora lágrimas de hiel
mientras encuentras el signo de tu destino.
Si me dejas secaré tus lágrimas
con mi pañuelo de papel,
acariciaré la luna de tus ojos color caramelo
con la tinta azul de mis dedos.
Te lo suplico, regálame un instante
de tu desconsuelo, si me lo permites
cubriré mi rostro con tus delicados pétalos
bordados de estrellas y sueños eternos.
Cuando nades a contracorriente
yo seré el refugio al que acudirás
cuando la tormenta quiera devorar la raíz
que impulsa tu travesía; te recibiré con los brazos abiertos
como dos hermanas que se abrazan
en medio de la desdicha; quedaremos atrapadas
entre las sombras ardientes, cubiertas
de ceniza volcánica el alma y las mejillas.
Dormiremos en el recuerdo
de alguna nube escurridiza, como huéspedes apátridas
sin hogar al que volver.
Y así verán los hombres,
una rosa y un cuerpo
yaciendo en medio del absurdo,
ajenas al dolor de las espinas
clavadas en la carne como estacas
de madera que rasgan lentamente
los pliegues de la piel.