El viento golpea, si la puerta cede
prometo una tregua.
Cuerdas increíblemente tendidas
frente al Mar de la Mancha.
Deambulo hasta el puerto, puede ser mi
último paisaje, mi última noche,
pocos saben si estoy a mi favor.
El humo arrogante del cigarrillo desemboca,
desgarra la conspiración de niebla,
retarda gesto.
Nadie nos vio-
Aans dilatado en la sal
se adentra en mi mejilla
- nadie me ve,
nadie se percata que estoy zozobrando
en un puerto de Europa.
- Estuve cincuenta años comiendo sobras,
cribando arcillas defectuosas para concebirle
y del orificio corren viscosos líquidos.
- aún así lo hubiese intentado –
Aans fila tras una estela de latas de cerveza,
rasga aceras, lacera el pavimento
que oscurece en su espalda infinita.
Desorientada a merced de la banquisa,
corto una manzana, en dos mi pecho,
la entrepierna fosilizada,
y el poco sustento ganado al arar dígitos,
teclear algoritmos,
banalidades de cualquier
instancia, cualquier administración de
relativas necesidades,
de urgencias tediosas,
salario humillante y esa culpa:
su culpa, mi culpa, la culpa del invierno.
Mi rastrojo inerte en las cuatro esquinas
donde Judas, mi marido pecaminoso
escarba con un cuchillo los dientes.
No pronunciar palabra, o pronunciarla al revés:
DAVI, Davi que melcocha tu coquetería,
DAVI, déjate de chorradas, vuelve y fóllame,
soy una puta bebiendo gin tónic
delante de impotentes.
del poemario Mar de la Mancha, Editions Hoy no he visto el paraíso, 1992