Luis de leon

ENCUENTRO BAJO UN FAROL QUE OLIA A LLUVIA

I — Encuentro bajo un farol que olía a lluvia

 

En un pueblo que parecía detenido en la memoria, la plaza era consejera y el farol, confidente. Él llegaba siempre al mismo banco después del trabajo: una chaqueta con parches, una guitarra con las cuerdas bien gastadas y una sonrisa que buscaba reparación. Ella pasaba por allí con un chal sobre los hombros y un cuaderno donde guardaba nombres de cosas que la hacían temblar.

 

Se conocieron por un tropiezo: él perdió una pua y ella la recogió. La pua quedó entre sus dedos como un pequeño juramento.

 

Él la miró y en voz baja, como si hablara con el mundo para que no oyera, dijo: “No me bastan mil palabras pa\' decirte

lo que guardo para ti en mi corazón.”

 

Ella sonrió, dejando que la frase se posara. No era la primera vez que escuchaba palabras hermosas; las había coleccionado y las guardaba con desconfianza. Pero en la voz de él había algo más que técnica: había un temblor verdadero.

 

 

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II — El rumor que crece como hiedra

 

La gente del pueblo nunca se quedó con lo que vio; prefería completar historias con su imaginación. Pronto, la sombra de la duda apareció sobre la pareja. De bocas en bocas saltaron versiones: que él era Don Juan, que amaba en serie, que no podía prometer nada serio.

 

Una tarde, ella lo confrontó en la orilla del río, donde el agua lavaba las piedras y no los juicios. Sus ojos estaban a punto de romperse.

 

—Dicen que eres un Don Juan —dijo ella con cuidado—. Que has tenido mil amores y que andas de pica flores.

 

Él la miró, y su respiración fue un compás que ella aprendió a leer.

 

—Y la gente siempre habla por hablar —respondió él—. Te han contado que yo soy solo un Don Juan,

que he tenido mil amores y que ando de pica flores.

No hagas caso, a ti te quiero de verdad.

 

Ella guardó silencio. Quería creer, pero las palabras rotas de antes habían hecho su daño.

 

 

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III — Poema: confesión en la oscuridad

 

En la noche, cuando todo parecía más claro, él le entregó una carta. No era texto frío: eran versos con huellas de manos.

 

Si supieras que no soy dueño de mí,

alma que mi alma ya te pertenece a ti.

Con tus besos, me atarantas, eres mi media naranja;

te encontré y no voy a dejarte ir.

 

Ella leyó el poema y sus dedos quedaron marcados por la tinta. La promesa fue real, y a la vez parecía frágil, porque el mundo fuera de esa tinta insistía en su ruido.

 

 

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IV — El primer quiebre: un fantasma del pasado

 

El drama llegó con pasos que no supieron evitar. Un antiguo amor de él regresó al pueblo —no para quedarse, dijo—, pero lo suficiente para encender viejas dudas. La mujer que volvió hablaba con familiaridad, acariciaba recuerdos y reabría preguntas que él creía cerradas.

 

Ella lo vio hablar con ella una tarde en el mercado. No hubo caricias, solo palabras; pero la memoria suele inventar imágenes peores que la realidad. Esa misma noche hubo una discusión que partió por la mitad la confianza como un vaso que cae al suelo.

 

—¿Por qué le hablaste así? —preguntó ella con el pulso alto—. ¿Aún la quieres?

 

Él buscó la respuesta sin encontrarla.

 

—No me faltan mil detalles y caricias —dijo él—, y en mi canto, yo te explico mi sentir.

Te juro que no hay lugar para nadie más.

 

Pero las palabras —aunque sinceras— no siempre reparan lo que el miedo ha quebrado.

 

 

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V — Poema narrativo: la distancia

 

Se tomaron distancia. Él se fue a trabajar a la ciudad unos meses; ella se quedó con la casa, con el cuaderno y con la plaza llena de recuerdos.

 

En la soledad de la madrugada, ambos escribieron cartas que no se enviaron, pensaron escenas que nunca ocurrieron y aprendieron a medir el tiempo con el reloj de la ausencia.

 

Que te extraño, que te quiero, que vivir sin ti, no puedo,

mi amorcito, me haces falta pa\' vivir —escribió él y luego dobló la hoja.

Ella encendió un cigarro, lo apagó y dejó la ventana abierta para que entraran las palabras que no tenía valor de pronunciar.

 

 

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VI — Un accidente que obliga a elegir

 

El drama subió de tono cuando él sufrió un accidente: un choque pequeño, aparentemente sin consecuencias graves, pero que dejó preguntas sobre la fragilidad de la vida. El pueblo entero se movilizó; la noticia llegó a ella como un golpe que le recordó lo efímero de las promesas.

 

Fue en el hospital donde la decisión verdadera se presentó, sin florituras: quedarse a cuidar o dejar que el resentimiento siguiera su curso.

 

Ella decidió ir. No por valentía heroica, sino porque debajo de todas las dudas había un amor tan tangible que no se pudiera abandonarlo en una camilla.

 

—Si supieras —murmuró él al despertar, con la voz rasposa— que no soy dueño de mí.

Alma que mi alma ya te pertenece a ti.

 

Ella tomó su mano y por primera vez, sin pedir explicaciones, dijo:

 

—Yo también tengo miedo, pero hoy prefiero estar aquí.

 

 

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VII — Poema: reconciliación imperfecta

 

En la habitación, entre monitores y luces, hilvanaron un pacto sin testigos:

 

No me bastan mil palabras pa\' decirte,

lo que guardo para ti en mi corazón.

No me alcanzaría la vida para amarte sin medida;

eres tú lo más lindo que me pasó.

 

No fue un final de película; fue un arreglo cotidiano. Curaron con azúcar, con café, con gestos torpes que demostraban intenciones sinceras.

 

 

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VIII — El desafío de la gente y la prueba del tiempo

 

Al salir del hospital, el pueblo esperaba con su propio veredicto. Algunos aplaudieron; otros tardaron en creer. Ellos aprendieron que amar no es convencer al resto del mundo sino sostenerse mutuamente cuando las palabras fallan.

 

Los años trajeron pequeñas traiciones: una mentira piadosa, un olvido de cumpleaños, noches en las que las palabras se olvidaban de ser dulces. Pero también trajeron capacidad de perdonar y una construcción silenciosa de confianza.

 

Con tus besos, me atarantas —se repetían en noches largas—, somos dos piezas que encajan aunque a veces crujan.

 

 

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IX — Poema extenso: la vida con cuerpo y voz

 

No me faltan mil detalles y caricias,

y en mi canto, yo te explico mi sentir.

Que te extraño, que te quiero, que vivir sin ti, no puedo;

mi amorcito, me haces falta pa\' vivir.

 

Construyeron una casa pequeña con ventanas hacia la plaza. Ella plantó una bugambilia que trepó las paredes y él la cubrió de canciones nuevas. Fueron años de oficio y ternura, de aprender a pedir perdón y a recibirlo.

 

A veces el drama regresaba en forma de nostalgia, en dudas que asomaban como fantasmas en reuniones familiares. Pero ya no permitían que la voz ajena dictara la medida de su amor.

 

 

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X — El clímax: una oferta que pone a prueba todo

 

Un día llegó una oferta: a él le propusieron grabar un disco en la ciudad, con productores que podían convertir sus canciones en algo grande. Era el sueño de toda la vida y a la vez la prueba más dura: irse otra vez era la opción de crecer, quedarse era decidir por amor.

 

Ella no pidió que se fuera, tampoco pidió que se quedara. Ella dijo la verdad:

 

—Si te vas, te apoyaré —dijo—. Pero prométeme que volverás con un hueco en la maleta donde quepan mis cartas, y que no dejarás que el brillo te cambie.

 

Él abrazó la promesa.

 

—No me alcanzaría la vida para amarte sin medida —repitió—. Iré por lo que siempre soñé, pero vuelvo por lo que más importa.

 

Se fue. La caja del disco debía llegar antes que el regreso. Fueron meses de llamadas, de canciones que sonaban por la radio del pueblo y la escuchaba ella, orgullosa pero con temor.

 

 

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XI — Resolución: regreso y una decisión definitiva

 

El éxito le tocó la puerta, y con él, la posibilidad de una vida distinta. Fue un año de giras, luces y entrevistas. La distancia se notó, y las promesas por teléfono empezaron a sonar a rutina. Ella lo visitó en la ciudad una vez, vio el brillo y lo vio cansado, y entendió que el brillo puede devorar la honestidad si no se cuida.

 

Volvió al pueblo con la certeza de algo: amarlo no significaba poseerlo, pero sí exigir que el amor los respetara. Le envió una carta donde escribió las líneas que ahora eran su columna vertebral:

 

No me bastan mil palabras pa\' decirte

lo que guardo para ti en mi corazón.

No me faltan mil detalles y caricias;

pero necesito que vuelvas a elegir lo nuestro, no que lo lleves de pasajero.

 

Él la leyó y esa misma noche, en una sala de hotel, miró su reflejo y decidió. Llamó al representante; canceló la gira que lo alejaba por meses, y volvió al pueblo no solo por nostalgia, sino por responsabilidad con aquello que había construido.

 

—Te encontré y no voy a dejarte ir —le dijo en el andén, con la maleta a sus pies—. Aprendí que algunos destinos no se alcanzan sin quienes caminan a tu lado.

 

Ella le respondió con un beso que sabía a regreso y a paz.

 

 

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XII — Poema final: un amor que resiste

 

Si supieras que no soy dueño de mí,

alma que mi alma ya te pertenece a ti.

Con tus besos, me atarantas; eres mi media naranja.

Te encontré y no voy a dejarte ir.

 

No me bastan mil palabras pa\' decirte,

lo que guardo para ti en mi corazón.

No me alcanzaría la vida para amarte sin medida;

eres tú lo más lindo que me pasó.

 

Que te extraño, que te quiero, que vivir sin ti, no puedo.

Mi amorcito, me haces falta pa\' vivir.