Kmony QuiƱonez(monina)

Si la vida es vivir..

Si la vida es vivir, no sufrir,

entonces que se desgarren los velos del alma,

que se abran de par en par las ventanas del tiempo,

y que el sol no solo pinte la cara, sino que inunde cada rincón,

despertando la piel, el hueso, el pensamiento,

mientras el viento, ese cómplice eterno,

no solo despeina miedos, sino que los arranca de raíz,

llevándolos lejos, a la nada, al olvido merecido.

 

Si la vida es dejar fluir,

que venga y vaya la gente, sí,

como las olas del mar, pero no solo acariciando,

sino trayendo y llevándose consigo fragmentos,

de risas fugaces, de silencios cómplices,

de encuentros que son faros y despedidas que son brújulas.

Que no se aferre el corazón a lo que no quiere quedarse,

ni se resienta por lo que, al irse, abre un espacio nuevo.

Que cada adiós sea un eco de libertad,

y cada llegada, un verso inédito en el poema de nuestros días.

 

Disfrutemos sin tener miedo,

porque el miedo es un tirano, un ladrón de instantes,

un carcelero invisible que nos encadena a lo que no existe,

un fantasma que se alimenta de lo que podríamos ser,

y nos roba el ahora, el único tesoro verdadero.

Que la audacia sea nuestro estandarte,

la curiosidad, nuestro mapa,

y la alegría, la moneda de cambio en este mercado de sensaciones.

Que cada amanecer sea una invitación a la aventura,

y cada noche, el dulce reposo de un día bien vivido,

sin el peso de lo que no se atrevió a ser.

 

Aprendamos a cada instante,

porque la vida es una escuela sin recreos,

un laboratorio donde cada error es un experimento,

y cada acierto, una fórmula para seguir adelante.

Que no haya lección pequeña ni maestro insignificante,

que cada tropiezo sea un escalón para ver más lejos,

y cada herida, la cicatriz de una batalla ganada,

o al menos, de una lucha valiente.

Que la sabiduría no sea un destino, sino un camino,

un eterno peregrinar por los senderos del asombro.

 

Corrijamos nuestros errores,

que equivocarse es el pulso de nuestra humanidad,

pero persistir en la ceguera es negarse la luz,

es tropezar una y otra vez con la misma piedra,

sin aprender que la piedra, quizás, solo pide ser bordeada.

Que la humildad sea el espejo donde miramos nuestras fallas,

y la voluntad, el cincel que moldea una mejor versión de nosotros.

Que cada rectificación sea un acto de amor propio,

un compromiso con la evolución, con la trascendencia.

 

Y si todo esto es verdad,

una verdad desnuda, sin adornos ni pretextos,

que nos abrace entonces la certeza de existir,

que nos inunde la fuerza de ser parte de este milagro,

que la naturaleza nos recuerde nuestra esencia,

el latido universal que nos une a la tierra, al cielo, al mar.

Que cada fibra de nuestro ser vibre con esa autenticidad,

con la simple y profunda revelación de que somos aquí y ahora.

 

Que la vida es un regalo,

sí, un instante fugaz, un suspiro en la inmensidad,

pero un suspiro que puede ser profundo, lleno, vibrante.

Que vale la pena vivirla intensamente,

con cada poro abierto a la experiencia,

con el corazón dispuesto a sentirlo todo,

hasta el último aliento, hasta el último verso.

Porque al final, lo que queda, no es lo que tuvimos,

sino lo que fuimos capaces de ser, de amar, de entregar.