Te dejaste un par de barajas en el cemento frío,
bajo las lágrimas de los ángeles que aún te lloran.
Una sombra, mirándote con pena a pesar de no tener cara,
se le ve la pena comiéndolo.
Quieres que hable contigo al aire libre,
a la soledad,
lejos de la vista del mundo,
en un minuto que sea eterno y mudo.
Te acompañaré mientras un cigarrillo consume mi dolor,
y lo quema en su calor,
y lo vuelve humo.
Dime, amigo mío, ¿El final del camino es como dicen, es una condena en la oscuridad efímera y hueca?
¿El frío es penetrante o no sientes nada?
¿Hay una luz o es mito?
¿Qué más da cuántas veces te vaya a ver?
Quizás solo me ignores,
o simplemente soy tan ciego que no logro verte.
Y quizá estoy sordo, y sí me estés hablando.
Pero ¿Qué sabré yo de dolores ajenos,
de lágrimas,
de cargas en las espaldas...?
Ah, amigo, cuánto me haces falta
en esta tempestad que se volvió
cada día de la semana.