Mi ser, apresurado,
te llama como el río llama al mar.
En mis labios nace tu voz,
un eco tibio que me quema;
eres la niña que envuelve el querer,
la princesa de un cuento sin final,
guardada en la raíz de mi pecho,
donde laten las memorias
y el fuego secreto del amor.
Sale como el ave fénix,
como el canto del poeta que no vivió;
como el riachuelo que nace en el horizonte,
así nació este sentimiento,
una noche,
cuando la eternidad abrió su puerta
y tu nombre se volvió luz en mi silencio.
Y yo te nombro,
con el aliento de los vientos antiguos,
con la sangre ardiente de los sueños,
con la certeza de que te llevo
como se lleva el fuego bajo la piel:
silencioso, infinito, indomable.**