Por qué no he de mirar atrás sino de nuevo adelante,
porque no habrá quien me diga que puedo desandar,
reparar las suelas, deshacer maletas, desoír adioses.
Y no recordar que no soy dueño de mi propio olvido,
que no son obviedades que de noche se lleva el río,
sueños de armiño que no crecen en este cuerpo mío.
Distancias que alojan difusos encuentros del pasado.
Nadie me los ha arrebatado, solo es un desencuentro
que poco puedo referir, porque sumergido en ausencia
está lo que no tiene que estar y sin embargo difiere.
Conmigo la noche hace una mochila de sentimientos,
que lleva por los recodos donde duerme el desaliento
viejas memorias de vidas abrazadas por el miedo.
Un odio, una pasión, un amor férreo, y muchas luces,
mostrando los rincones donde ha dejado silencios.
Si hoy me ven dirán que tengo que empezar de nuevo,
aunque todo haya sido dicho en aquello que no dije.
Y es solo llover sobre mi sombra, huyendo eterno,
para buscar aquello que aún espera y será bueno,
o no será, y será que una tarde de jueves de invierno
las cenizas de los que se han ido me lo digan, finalmente.
Esta palabra se acostumbra a repetir lo que yo no soy,
un breviario de ausencias, un torrente de circunstancias,
y al mediodía la esperanza de no haber dicho nada
y sin embargo creer que no lo he dicho todo aún.
Es tarde y crecen vacíos entre las letras, en los que
se alojan complacientes unos deseos pendientes.
Días en los que no hago nada…solo devorar silencios.