Somos tan distintos,
recipientes de vidrio,
incoloros, de una igual
pasta o casi, duros o ca
si igual de duros en razón
de la crianza, la circuns
tancia varia, especial, es
pecífica de cada uno —de
ti, de mí——siempre mé
preguntado por qué ti no
lleva acento y mí sí, lo to
mo como una especie de
discriminación léxica y no
me gustan las discrimina
ciones, sea cual fuese su
naturaleza, su ralea—.
Somos tan distintos y tan
iguales por partes iguales
que me asombra, y al ser
objeto de asombro las pala
bras, siempre dispuestas a
salir en tropel cada vez que
se las convoca, o casi cada
vez, se me quedan como atas
cadas en un acúmulo que a
menaza con reventar.
Distintos, pero de una distin
tez caleidoscópica, compleja,
de esas distinteces que para
cerciorarse de que lo son hay
que pararse a analizar cada ele
mento, cada sintagma, y en una
esquina, en un recoveco inédito,
y solo si se busca con ahínco, sur
ge la diferencia, y es ahí cuando
todo cobra sentido, todo se expli
ca, adquiere visión de conjunto.
Tan distintos, tan iguales, tan al
alcance, tan distantes, y es misma
la sustancia que debe llenarnos, y
nos hace rodar camino abajo, por
la ladera que sale del pueblo, esa
donde Marcelino juega al fútbol,
con sus amigos, cayendo la tarde
y la madre sobre el alféizar grita
la cena, y él, oídos sordos, sigue
la narrativa del juego, en pos de
una victoria que no sirve de nada.