El cierzo leonés azotaba suavemente mi rostro
mientras callejeaba por Astúrica Augusta,
la catedral gótica emergiendo majestuosa.
El olor a chocolate y hojaldre
de la famosa repostería local
me tentaba a cada paso.
Pero no fue el dulzor lo que me cautivó,
sino la mirada de aquella mujer
que leía tranquilamente
en un banco de la plaza Mayor.
Su cabello castaño ondeaba con la brisa,
y una sonrisa fugaz
apareció en sus labios al pasar la página.
Me senté a su lado, saludando,
y pronto, una conversación sobre libros
y el encanto de León nos unió.
Aquel día, entre la historia romana y los dulces,
encontré un nuevo amor bajo el cielo de León