Van Gogh
La noche derrama su copa de sombras,
y los relojes muerden con dientes de silencio.
Tu voz parece quebrarse en el vacío,
como un cristal que no encuentra su reflejo.
Pero hay un latido oculto en la penumbra:
No estás solo.
Los muros de la ciudad se doblan,
los rascacielos inclinan sus frentes de acero,
y la lluvia escribe en la acera mojada
cartas que nunca terminan en el buzón.
Tu tristeza se confunde con el trueno,
y aun así el eco responde:
No estás solo.
Caminar entre espinas es llevar un coro
de fantasmas que pesan en la memoria,
pero cada herida abre su propia ventana,
y de la sangre se alza una luz incorruptible.
El horizonte es un pájaro encendido
que te llama en el vuelo para decir:
No estás solo.
Mira el mar: su oleaje es un himno,
una voz de espuma que abraza tu cansancio.
En cada ola respira la esperanza,
en cada salmo de agua se escribe tu nombre,
y aunque el dolor clausure las orillas,
la marea susurra con certeza:
No estás solo.
Y cuando cierres los ojos,
cuando sientas que la sombra es un reino sin salida,
recuerda que hay un fuego en tu pecho,
una lámpara viva que no sabe apagarse.
Es tu alma, ardiendo con la fuerza de mil auroras,
y su resplandor te grita eternamente:
No estás solo.
JUSTO ALDÚ © Derechos reservados 2025.