Quiero levantar mis manos al cielo,
abrir mis venas al viento
para que mi sangre escriba tu nombre
sobre el rostro eterno del día.
Eres mi único consuelo,
mi lámpara secreta,
mi pan y mi sustento,
la raíz que me sostiene en la sombra.
Quiero danzar en tu presencia,
ser perfume encendido,
como aquella mujer
que lavó tus pies con lágrimas
y los secó con besos de fuego.
Quiero gritar a los cuatro vientos
que eres mi sanador,
mi Cristo de manos abiertas,
mi Señor de eternas llagas.
Gracias, gracias, mi Redentor;
aunque pasen los días,
aunque la ceniza del tiempo caiga,
mi corazón será tuyo.
Tú eres mi guía,
mi río secreto,
mi amor que nunca muere.
Salto y danzo,
mi alma se derrama como un cántaro,
y en tus manos se rompe
para ser ofrenda y loor.