Esta no es más que otra poesía,
hija de mi corazón,
para aquellos predilectos
que se dicen perfectos
de mente y de razón.
Ignoran dónde empieza la perfección:
en la salud,
en la educación.
Y cuando al espejo se miran,
alimentando su vanidad,
ante sus defectos
se vuelven ciegos,
y sordos
cuando la verdad
no quieren escuchar.
Ahora me pregunto:
¿qué tan perfectos son
si no aceptan
quiénes son
en realidad?