Carlos Baldelomar

+ GÉNESIS +

a Malú 

Quién puede decir que de niño,

en el pecho se abriría un espacio

para que el corazón también

corriera.

 

Del primer exilio,

de las manos cálidas

de una madre,

uno comprende la distancia

y que el corredor de la escuela

es un pasaje demasiado largo.

 

Mis lágrimas no eran otra cosa

más que el berrinche

de la primera soledad,

lejos de casa.

 

Cinco minutos bastaron,

quizás fueron dos,

y me pescó, como un pez

solitario en un estanque.

 

Fueron sus ojos, quizás su alegría

sin motivo, que brillaba distinto

entre tantas risas.

Y mi exilio se volvió refugio:

una hoja limpia

donde mis lágrimas

se hicieron acuarelas.

 

Algo se inauguró en mi pecho,

en mi madera tierna;

entre lo blando que aprende

a ser fuerte,

se instaló una astilla encendida,

que dejaba fuego

y preparaba también

el cuenco de las cenizas.

 

Han pasado, digamos,

treinta y tantos calendarios.

La vida ha hecho lo suyo,

como siempre.

Y sin embargo,

pienso en ese pasillo,

en esos ojos como un astillero,

y confirmo sin dudar que aquello,

tan lejano y tierno,

fue el amor.

O al menos su primer borrador,

que es casi lo mismo.