Ayer te vi, pensativo,
debajo del árbol grande en el parque,
como si en tus recuerdos vivieran
las memorias de lo que un día fuiste,
de lo que diste y nadie valoró.
Te vi mecido entre la tristeza,
escondida entre silencios,
cabizbajo, con rostro cansado,
como quien añora el paso del tiempo
y pide que los años dorados regresen.
Vi tus manos callosas, arrugadas,
tu mirada perdida en lo lejano,
reflejando el cansancio
de una vida que no elegiste,
pero que tocó caminar.
Incrédulo buscabas enterrar
aquellas memorias del ayer,
que dieron paso a la vagancia,
a un caminar sin rumbo,
como si la vida se hubiera olvidado de ti.
No sé si tengas hijos, familia,
si sembraste cosas buenas,
pero vi en ti una tristeza que saltaba,
burlándose del dolor,
anhelos del alma que se rompen con cada día,
y la desesperanza que te visita sin permiso.
Bajo el viejo roble, testigo de tantas historias,
te vi, y entendí que hay vidas
que aunque pasen desapercibidas,
merecen ser vistas,
recordadas, sentidas…
porque incluso en el abandono
habita la humanidad de un alma.