Si pudieras darte un paseo por mi alma,
verías cómo hay calles empedradas de recuerdos,
plazas donde se detienen los besos,
y un farol que no entiende de amaneceres sin ti.
En la sala de mi casa empezó mi depresión:
ese sillón grande que guarda huellas de tu risa,
la mesa que aún conserva el vaso con vino,
la lámpara que titila como un latido suspendido.
Me tomé un trago de vino recordando nuestro amor,
y después prendí un cigarro intentando estar en paz;
las cenizas caían como pequeños mapas de lo que fuimos,
cada humo, un territorio habitado por tu nombre.
Hay un pedazo que es el que más, el que más brilla:
ahí es donde te escribí esta canción.
No te la cuento, mejor te la canto, porque la voz
es la única puerta que a veces logra encontrarte.
Caminas en mis versos como quien cruza una casa vieja:
con cuidado, dejando en el piso el eco de tus pasos.
Insinuabas casi a diario que no iba a funcionar,
que mejor modificara a mi personalidad —
y yo, orgulloso y mudo, tecoleaba excusas
en el teclado de mi pecho.
Fui idiota, lo sé; lo acepto como se acepta la lluvia:
como algo que cae y queda impregnado en la piel.
Pagaría lo que fuera por la máquina del tiempo.
Imagino el ruido mecánico: engranajes que recuerdan,
una cabina pequeña donde caben mis arrepentimientos.
Viajar hasta la noche de ese nuestro primer beso:
la acera mojada, tus manos temblando de risa,
el universo concentrado en la punta de tu boca.
Si pudiera abrazarte, jamás te soltaría —
esa promesa que entonces no supe sostener.
Tú no tienes idea cuánto faltas en mi vida;
aquí las mañanas pesan más, las canciones suenan a menos.
Sigo muerto de coraje y tratando de entender
cómo pude hacerte daño, cómo rompí el mapa de nuestras rutas.
Con tu ausencia provocaste otro ataque de ansiedad,
y en esa habitación los relojes se burlan: tic, tac — silencio.
Pero sé perfectamente que eso no va a suceder;
porque el tiempo no regresa, el reloj no da el revés.
A veces me sorprendo mirando fotos viejas,
no borré las tuyas porque son prueba y es dolor a la vez;
las miro como quien estudia constelaciones perdidas,
intentando leer en tus ojos la respuesta que me falta.
¿Quién no quisiera una máquina del tiempo, compa Jorge?
¡Juntos! decíamos, como si la unión fuera llave eterna.
Y sin embargo los planes se quedaron en boletos no usados,
en promesas que se deshilacharon con el roce cotidiano.
En mi sala las sombras tienen tu perfume imaginario,
ese que ya no existe pero el recuerdo viste con audacia.
Este sillón tan grande, mi corazón vacío,
un territorio amplio donde la soledad se vuelve eco.
La noche trae tu nombre en dialectos incompletos;
la luna parece un ojo que vigila mis arrepentimientos.
Hay noches en que todo se resume en un latido:
el deseo de retroceder, el terror de encontrar la misma duda,
la certeza de que amarte fue abrir una puerta sin saberla cerrar.
\"Si pudiera abrazarte, jamás te soltaría\" — me repito,
como quien recita una plegaria que no pide perdón, solo vuelve a pedir.
Te escribí cartas que no te envié; las dejé sobre la mesa
con la esperanza de que el viento las llevara a tu balcón.
Te llamé en sueños y desperté con la mano vacía,
como quien busca en el aire el contorno de tu rostro.
En la cocina quedó una taza con tu marca de huella,
un testigo pequeño de nuestras costumbres compartidas.
Y aunque sé que no puedo cambiar las agujas del tiempo,
mi pensamiento construye una máquina con restos de esperanza:
maderas de recuerdos, tornillos de valor, y los planos de aquel beso.
Subiría en silencio, sin ruido ni escándalo,
volvería a decir lo que no supe decir: te escuché, fallé, aprendí.
No para sacarte de tu vida sin permiso — jamás —
sino para ofrecerte una versión mía que no huya de amar.
Hay un momento, en la penumbra, donde el arrepentimiento
se vuelve algo más suave, menos punzante: comprensión.
Comprendo que el amor no es solo persistir, también es crecer,
y que algunas veces crecer duele y separa caminos.
Pero en esa comprensión guardo una plegaria persistente:
que la paz te encuentre, aunque no sea a mi lado;
que el amor que cultivo ahora sea sincero y sin egoísmo,
como el que alguna vez te di y que aún, a ratos, me quema.
Te escribí esta canción con el eco de nuestras fallas,
con la ternura rota en pedazos y la esperanza cosida a mano.
Si pudieras darte un paseo por mi alma, verías
que en cada esquina hay una lámpara encendida para ti.
No para obligarte a volver, sino para que sepas:
aquí quedaste, con luz propia, sin pedir permiso.
Porque el tiempo no regresa, el reloj no da el revés,
pero en mi voz te canto lo que el tiempo no pudo borrar:
los besos que fueron mapa, las promesas que fueron puente,
las noches en que éramos dos faros encendidos.
Una máquina del tiempo para tenerte conmigo...
Solo eso pido en las noches en que el silencio pesa.
Y si alguna vez la vida nos cruza de nuevo, sin mecánica ni artimañas,
quiero que nos encontremos con las manos abiertas, no con armas,
con la memoria limpia y la voluntad intacta:
guardar lo que fue bueno, reparar lo que pudo romperse,
abrazo por abrazo, palabra por palabra, nota por nota.
Hasta entonces te canto, te escribo, te imagino:
con la voz rota, con el alma descalza, con la esperanza encendida.
Si pudieras darte un paseo por mi alma, no pararías
de encontrar pedazos de lo que te quiero.
Ahí, en el que más brilla, siempre habrá una canción esperándote.