ROGER MEDINA GUERRA

EL GRITO

En la hojarasca —árida, interminable—
los dibujos infantiles se disuelven,
como cicatrices de tiza en la garganta de la pizarra.

No hay pan.
No hay canto.
Solo balas que mastican los cuerpos
como bestias ciegas de metal.

Las lágrimas ya no humedecen nada:
son piedras que se desboronan en silencio,
fósiles de un dolor que nunca se resiste a partir.

Las manos —antes barro, antes pan—
ahora son campanas oxidadas,
resonando en un templo sin dioses
y, que nadie recuerda haber construido.

Entonces:
el grito.

Un grito humano,
rugido de un cuerpo desollado,
una hoguera que atraviesa el viento
y se clava en los huesos de los desplazados.