Metateatro poético
Pendía sobre un hilo la mazmorra
y dentro, se veía a una mujer;
desnuda de sus piernas sin querer,
y el público, gritaba: —¡zorra, zorra!
Sus senos, lastimados y heridos,
sus labios, los cruzaba un alfiler:
¡qué culpa se cargaba la mujer,
a ver tantos rituales poseídos!
De pronto, desde el público se lanza
un eco de mil puertas cuan salón;
y sale, como un tigre de prisión
un huérfano con ansias de venganza.
Al verlo, los bufones de arcatifa,
le dictan las miradas al varón,
corriendo por las calles del salón,
a darle las noticias al califa.
Otro hombre que lo observa, toma lista
y dice a los presentes:—¿qué acusáis?
Si todo lo que piden, pues miráis
la vida de quien fue protagonista.
Y corre aquel califa como artista,
llevando junto a él una guirnalda:
mujer que viste escote y minifalda,
y afirma:—¡no, no, no, no, es un legista!
El hombre no le aparta la mirada
y el huérfano también hace lo mismo.
En eso, aquel califa en despotismo,
les corta la cabeza con su espada.
Entonces, la guirnalda, viendo el hecho;
los cuerpos, con su ropa, los escuda,
quedando ante el califa así desnuda,
dispuesta a otra comedia, pecho a pecho.
La sangre va escurriéndose de pronto
y un sastre, que entreteje un pantalón,
solloza ante el ludibrio del salón
y grita: —¡desgraciado, necio y tonto!
Oyendo aquel califa tal insulto,
socorre a los bufones de inmediato.
Y ordena: —¡denle muerte ya a ese ingrato,
haciendo con el público un tumulto!
Aquellos dos bufones, enseguida,
acuden contra el sastre cual tragedia;
mas este, ya sabiendo la comedia,
se esconde, despojándoles la vida.
Mirando aquel califa el atropello,
se pone de rodillas a llorar,
sacándose la espada cual caviar,
que pasa, poco a poco por su cuello.
El público impaciente, le socorre,
le lleva prontamente al hospital.
No obstante, ya se ha muerto, no hay señal
de vida. La guirnalda también corre.
El sastre que le mira, la persigue,
fluyendo entre sus venas los enojos.
Le apresa, mas tejiéndole los ojos,
le dice: —¡sin mirar, la vida sigue...!
Después de la amalgama, fue aquel sastre,
de pronto a la mazmorra a socorrer
aquella ingratitud de cual mujer,
llevándole un vestido ante el desastre.
Pero antes de bajar el calabozo,
le dijo: —¡ya no temas, bella dama,
yo vengo a rescatarte de la llama
en cual se te ha quemado hasta el esbozo!
Y luego, que desciende con presteza,
le quita el alfiler que está en sus labios,
previendo de artimañas y resabios,
clavando su mirada en tal belleza.
Al verlo, la mujer, agradecida,
lo abraza con ternura y gran pasión,
y siente, que le vibra el corazón,
al verla, totalmente, muy herida.
El sastre como estrella misteriosa,
le dice a la mujer: —¡ve a sonreír
y a todo el que te quiera persuadir,
pues dile, que la vida es muy hermosa!
Entonces, un poeta que no borra,
describe en veinte estrofas la función;
después de haber caído aquel telón,
quedando la guirnalda en la mazmorra.
Samuel Dixon