De la mortaja al pacto,
la distancia es un suspiro.
Hoy, la lágrima es sagrada,
mañana, el brindis es con el parricida.
Así es el teatro de las máscaras,
donde la lealtad es un espejismo
y el único dios es la ganancia.
Son la veleta que el viento doblega,
el camaleón que se adapta sin alma.
Se sientan a tu lado en el duelo,
tejen promesas con hilo de lluvia,
pero al primer destello de una mesa más pródiga,
celebran con el verdugo que te hirió,
y en su sonrisa, el silencio de tu derrota.
Es el pacto con el diablo de la conveniencia,
un alma que se vende por un plato de lentejas,
sin la vergüenza de la verdad,
sin la nobleza del alma.
Pero la caída, el naufragio,
es el crisol donde se forja el carácter.
Ahí, en la arena de tu fracaso,
se revela el rostro genuino,
el que te abraza por quien eres,
y no por el papel que representas en su obra.
Porque el verdadero, el que tiene palabra,
jamás comulga con el traidor.
Aunque el mundo le dé la espalda,
no compartirá su pan con quien te destruyó.
Abre los ojos a la cizaña,
que no todo el que se acerca
es por respeto, es por hambre.
La firmeza de unos pocos es el único faro
en este mar de falsas lealtades.
JTA.