Tus pasos eran sombras que se estiraban
sobre los muros húmedos del tiempo,
mi risa, un cristal quebrado
que caía en el aire denso de tu desdén,
y su eco, polvo que se esparcía
sobre la memoria de mi infancia.
“Porque tú no eres nada”, dijiste,
y comprendí que mis raíces
eran fantasmas,
incapaces de aferrarse
a tu alma cerrada,
donde solo habitaba la ausencia,
un río frío que corría
bajo la piel de la noche,
susurrando promesas que nunca llegaron.
Hoy camino entre la luz que arrastro,
con la memoria como compañera de alas ligeras,
cada recuerdo, un cristal de luna
que se rompe al tocar mi pecho,
y aunque la distancia duele,
les deseo a tus sombras
la paz que nunca tocó mi corazón.
Y aún en mi soledad,
la luna me recoge como hija,
susurrando entre sus cráteres
que incluso los abandonos
pueden volver luz,
y que mi dolor, como humo,
flota, transparente,
sobre la ciudad de mis noches.
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