No somos dioses ni demonios,
somos carne, hueso y cicatriz.
Arrastramos miedos ancestrales,
y sueños que no saben florecer.
Nos escondemos tras máscaras de hierro,
para que nadie vea el temblor.
Pero el alma grita en la noche,
pidiendo a gritos un poco de calor.
¿De qué sirve tanta armadura,
si el corazón sigue sangrando a mares?
¿De qué sirve la palabra hueca,
si la verdad se pudre en los altares?
Hay que romper el silencio, carajo,
desnudarnos sin pudor ni engaño.
Mostrar las grietas, las heridas,
y abrazar nuestra fragilidad sin daño.
Porque solo así, entre iguales,
podremos construir un mundo nuevo,
donde la honestidad sea bandera,
y el amor, el único y verdadero credo.