Bajo fondo, sostengo un amor sin sentido,
vacío de razones, de pulso y de nombre.
Año tras año, esperando algo:
un abrazo, una sonrisa, un “quédate conmigo”.
Nada llegó —solo noches largas,
buscando que tu corazón me viera.
Era yo el iluso, creyendo en el retroceso del tiempo,
esperando que dijeras que no, que volvieras.
No fue culpa tuya, ni mía: fue destino,
que nos empujó a caer en este mismo laberinto,
sin volver a encontrarnos.
Al menos ahora sé que sonríes,
que amas a alguien que no soy yo,
y puedes decir lo que sientes sin recordar
esas frías madrugadas en vela.
Lo que más intenté entender fue por qué
se rompió lo que nunca imaginé perder.