Cuando contemplo el páramo doliente
donde yacen las flores marchitadas,
y escucho las plegarias desoladas
que el viento trae cual música inclemente;
siento en mi pecho el látigo inclemente
de mil batallas nunca terminadas,
de sangre y de aflicción entrelazadas
cual sierpe que devora lo inocente.
¡Oh guerra! En tus altares inmolamos
la paz, la juventud y la esperanza,
mientras al cielo mudos imploramos;
y en este duelo eterno que no alcanza
final, los seres todos nos tornamos
ceniza que el dolor al aire lanza.