Contrato con el diablo
Firmé con el diablo un café;
me lanzó un desdén de alambres oxidados.
“666… serás mi estrella favorita”, murmuró,
mientras hojeaba mi currículum de pecados
y mis excusas en PDF.
Príncipe sin corona,
ángel de oficina,
santo de rebajas,
maldito entre condenados,
casi héroe en Instagram Stories.
Tu contrato huele a tinta y sudor,
se pega a mi piel como chicle en la memoria.
Me río de ángeles sin Wi-Fi,
de dioses que ignoran WhatsApp,
y de mí mismo, que aún creo
que alguien me espera con un trofeo invisible
esperando el Apocalipsis.
Al final del día,
me quito la máscara,
me miro al espejo y digo:
“Sí, soy el elegido…
pero hoy solo voy a robarme el postre:
una hostia de chocolate
consagrada por el algoritmo”.