Aparca su bicicleta
entre grises adoquines
y saca de la maleta
su bolsa llena de clínex.
El semáforo de siempre
es el pan de cada día,
el tiempo quema en septiembre
y en enero lo resfría.
Cuando se paran los coches,
él ofrece sus pañuelos;
un euro ya es un derroche
para calmar sus consuelos.
Se conforma con quien quiera
darle céntimos por caja:
los sueldos en las aceras
se cotizan a la baja.
Algunos dan más dinero,
otros, solo calderilla;
los que son más cicateros
ni bajan la ventanilla.
Al final de la jornada,
tras muchas horas de pie,
el cansancio ya le avisa
que toca la retirada
con la bici, las divisas
y pañuelos de papel.
Los cuatro euros de mierda
no dan ni para sandalias.
Mientras los cuenta recuerda:
menos ganaba en Somalia.