Lo mismo que en otoño contemplamos
el lívido color de la azucena;
igual del gran amor, su luz serena
su ocaso en nuestras almas observamos.
Los sueños que una vez feliz soñamos
y fueran refulgente luna llena;
se quedan en nosotros cual condena
y nunca de sus grillos escapamos.
Por eso, algunas tardes cuando miro
de ocaso melancólico celaje;
sintiendo su presencia yo deliro
y añoro de sus besos su brebaje;
que un día provocara gran suspiro
y fuera de pasión sutil mensaje.
Autor: Aníbal Rodríguez.