Entre espejos de agua la encontré resplandeciente,
un ángel en la orilla, vestida de rocío,
sus ojos eran luces, su piel fuego candente,
y todo el mundo cabía en su suspiro frío.
La niebla descendía con su manto silente,
cubrió su silueta y quebró mi albedrío,
se fue como un susurro, fugaz y transparente,
dejándome en el alma la nostalgia del río.
Hoy vuelvo cada tarde, esclavo de su hechizo,
a buscar en las aguas la visión que perdí,
mas sólo hallo reflejos de un recuerdo preciso.
Y aunque el viento me diga que jamás la tendré,
yo sigo en la ribera, con esperanza insisto,
porque en cada corriente la presiento otra vez.