En un lugar de la Mancha,
de cuyo nombre no quiero acordarme,
no ha mucho tiempo
que vivía un hidalgo
de los de lanza en astillero,
adarga antigua,
rocín flaco y galgo corredor.
Una olla de algo
más vaca que carnero,
salpicón las más noches,
duelos y quebrantos los sábados,
lantejas los viernes,
algún palomino
de añadidura los domingos,
consumían las tres partes
de su hacienda.