Tú no hablas por ego, yo callo por orgullo,
nos miramos de lejos fingiendo que fluyo.
Te mueres por mí, pero no das un paso,
yo también te extraño, pero no me deshago.
Jugamos a ser fríos, a tener la razón,
pero el silencio pesa más que el perdón.
Nos sobran palabras, pero faltan gestos,
y el amor se nos muere por no ser honestos.
Me dueles, lo sabes, pero no lo admito,
y tú sientes igual, aunque no lo grites.
Nos medimos en fuerza, en quién cae primero,
como si amar fuera perder el terreno.
Tal vez si uno hablara, si uno se rindiera,
el otro bajaría la voz altanera.
Pero aquí estamos, los dos encerrados,
con tanto que darnos… y tan separados.
Nos importa más el “quién tuvo la culpa”
que sanar la herida que ya nos sepulta.
Preferimos el orgullo a la ternura,
aunque el alma tiemble y la herida no cure.
Y así se termina lo que pudo ser fuego,
no por falta de amor… sino por tanto ego.
Por querer ganar, por no querer ceder,
perdimos
lo único que nos hacía valer.