Doliente ardor sereno exhala el pecho,
consumiendo la vida del divino
hijo, que es fustigado por los clavos.
¡Ay, a sangrar resígnase al madero,
penas y amarga vela para el mundo
que es ahora impulsado por pecado!
Es la carga angustiosa del pecado
el martirio de quien, en ancho pecho,
tanto amor albergar por este mundo
es capaz, siendo entrega y don divino.
Y aun se astille en su espalda el cruel madero,
cargará sin aliento por los clavos.
A pies y manos le traspasan clavos:
este arroyuelo carmesí el pecado
derrama por la efigie del madero.
Lento se agota el ánimo del pecho,
y casi muerto ruega tal divino
perdón al Padre al que es ignaro mundo.
¡Barbarie! Ínfima burla muestra el mundo,
suenan risas y ofensas del que en clavos
es colgado y herido al ser divino.
Y todavía agravan el pecado:
La lanza se hunde al lado de su pecho,
y en agua y sangre baña así el madero;
bautismo terrenal por el madero,
ignoto todavía para el mundo,
que oro y plata intercambia por del pecho
sus ropajes, materia vana. Clavos,
cárcel seréis de carne que pecado
ninguno cometió por ser divino;
no retendrás al alma del divino
cuando su último aliento en el madero
entregue al Cielo. ¡Ay! Por el pecado
del mal rasgose el velo, y helo al mundo
que bajó la cabeza, por los clavos,
por la sangre, por muerte de este pecho.
Y cuando el pecho mismo por divino
resucite, al madero y esos clavos
los loe el mundo, limpio de pecado.