Supremo Hacedor, cuya omnipotencia
gobierna el orbe en celestial concierto,
Tú que en tu sabiduría infinita
abarcas cuanto fue, es y será,
bien conoces mi humana insuficiencia,
esta ignorancia que en mi ser anida
cual sombra pertinaz que me acompaña
desde el albor primero de mi vida.
Ignoro, ¡ay!, los confines de mi aliento
cuando al reto me lanzo temeraria,
desconociendo si mi débil brazo
podrá vencer la amenaza que me aguarda.
Y cuando la modestia me acobarda,
ignoro las virtudes que me adornan,
ocultando mis fuerzas bajo el velo
de una humildad que acaso las desdora.
Tras la sonrisa que mi rostro viste
se ocultan batallas que no entiendo,
luchas internas que mi alma libra
escapando de mi escaso intelecto.
Y en esta ceguedad que me domina,
hasta tu misma esencia se me escapa,
pues ignorante soy de tu existencia
mas no por ello tu verdad rechazo.
Que negar e faltar son diferentes:
quien niega, con soberbia se reviste;
quien ignora, confiesa su flaqueza
y en su necedad halla su verdad.
No puedo concebir tu majestad
ni tampoco tu ausencia imaginar;
ni creer que del caos de los átomos
surgiera esta conciencia que me habita,
ni que de mano superior proceda
esta alma que en dudas se agita.
Ignorante nací, ignorante vivo,
e ignorante habré de perecer
cuando la muerte cierre estos, mis ojos
que nunca la verdad supieron ver.
Si por algo me has de juzgar, Señor,
que sea por esta honesta confesión:
no me tengas por alma blasfema,
sino por ignorante de corazón.
En esta necedad, no en la creencia,
transcurre mi existir atribulado,
y si pecado hay en mi ignorancia,
perdón demando por haber pecado.
No poseo el juicio de quien se jacta
de conocer los misterios divinos,
pues prefiero vivir en la incerteza
que errar por senderos desconocidos.