Muy buenos días, o buenas tardes o noches. Pongo la presente carta informando a usted.
Guarda.
Guarda de los miedos que siempre me atormentaron, de aquellas que temía fueran liberadas, monstruos que desgarrarían mi ser y razón, monstruos que en un momento fueron encerrados por tu gracia. Hoy, al no estar, guarda de las tumbas: el ser y la razón son acechados. Lágrimas, miedos, desolación, tinieblas de recuerdos rondan el sentido y la razón, rasgan la piel, muerden la cordura.
Niño, cuando descubrí monstruos, monstruos que fueron domados ΜΆ razón por la que dormía con ellas, haciéndolas parte mía, monstruos que cuidaban mi cordura, monstruos que fueron traicionados y encerrados para dar espacio a un ángel destructivo.
Hoy la venganza de los monstruos se da: no reconocen al niño que dormía con ellos, solo quieren cobrar el dolor vivido. ¿Será terrible venganza? No lo sé, mas yo quiero tregua. ¡Monstruos, volver a lo que siempre fuimos: armonía!
Guarda, hoy daré mi vida a aquellos monstruos. Ellos prometieron cuidar nuestra herencia, dieron tregua, darán tranquilidad, siempre y cuando no sean traicionados.
Guarda, por ello me despido: en la condición está nunca más estar juntos. Temen ser encerrados, también me pidieron no separarme de la novia que ellos me impusieron (Soledad), pues tú, ángel destructivo, así no volverás.
Guarda, cuídate; gracias por el breve tiempo sin miedo.
Pero ser y alma mía no son de ese mundo. Guarda, no entendía: monstruos y yo no vivimos separados; no se puede separar lo que uno es.
Guarda, yo soy esos monstruos: soledad, tristezas, miedos. Y nunca debí hacerme encerrar con su merced; no era mi naturaleza. Adiós, cuídese, Guarda, que siempre la recordaré.