En el laberinto de la carne y el deseo,
cien años de Sodoma se reflejan,
en cada mirada, en cada parpadeo,
donde el alma se vende y los sueños se alejan.
Las calles empedradas de pecado,
resuenan con risas huecas y vanas,
mientras la inocencia se ha marchado,
dejando solo cicatrices y llagas.
Los palacios dorados, llenos de vicio,
ocultan secretos oscuros y crueles,
donde el amor es un simple artificio,
y la verdad se esconde tras los velos. El pecado es moneda corriente,
la virtud, un recuerdo desolado,
y en cada corazón, una serpiente,
que muerde el fruto prohibido y amado.
Pero aún en la noche más oscura,
una chispa de esperanza persiste,
un grito silencioso que perdura,
buscando la redención que no existe.
Quizás, en el fondo de este abismo,
donde el alma se vende al mejor postor,
un nuevo amanecer, un nuevo bautismo,
nos salve de Sodoma y su horror.
Pero en medio de esta decadencia,
un susurro de rebeldía se alza,
una voz que clama por la conciencia,
y busca la luz en la eterna danza.
Quizás, en el fondo de este infierno,
donde el alma se pierde en la noche,
un nuevo camino, un nuevo invierno,
nos guíe hacia la redención y la noche.