Padre,
te pedí una mirada
y me diste silencio.
Madre,
te pedí un abrazo
y me diste distancia.
Quise moldearme a su forma,
pero en cada golpe de escoplo
caían pedazos de mí.
En sus manos,
fui una marioneta
que nadie quería mover.
Un cuerpo quieto,
colgado del techo
de la indiferencia.
Los quise
con todo lo que era,
pero lo que era
nunca les bastó.
Y aquí sigo,
con hilos invisibles
anudados al vacío,
preguntándome si alguna vez
fui más que un muñeco roto.
En mi boca
ya crecieron hilos invisibles
que nunca podré arrancar.
El amor por ustedes
me hizo perdonar
cada herida que dejaron.
En mí vive un vacío
que jamás logré llenar.
¿Seré siempre
solo una marioneta sin alma
para ustedes?