La mañana se levanta,
plomiza
y sin frenos,
Y los rayos soñolientos,
Se cuelan
como besos ardientes,
Besos de fuego,
Tocando cada parte
de mi cuerpo adormecida.
A lo lejos,
la luna ciega se desvanece,
Y los firmamentos,
las constelaciones olvidadas,
Duelen al apagarse,
como dolimos,
Tú
y
yo,
cuando éramos jóvenes.
Las heridas son cicatrices del alma,
mapas
de batallas
pasadas.
Pétalo a pétalo, la madrugada se deshoja,
Dejando caer lágrimas pesadas de pena,
Y el día, en su torpeza, se revuelve,
sin sentido...
Dándolo todo,
patas arriba.
El viento se llevó las promesas
que sus labios un día
me susurraron.