No hace falta que la sangre sea mía para sentir que me arrebatan la vida.
Basta con escuchar el llanto de una madre para que mi corazón se parta en mil pedazos.
Un puente roto,
un silencio de sirenas,
dos bebés aferrándose al aliento,
y un pueblo entero conteniendo lágrimas que el gobierno nunca verá.
México está de luto,
pero no todos saben escucharlo.
Hay quienes en su soberbia
encienden luces y pólvora,
mientras la tierra pide silencio,
mientras la muerte pide respeto.
El mexicano, aun sin nada,
levanta escombros con las manos desnudas,
comparte el pan que no tiene,
sabe llorar por los hijos que no son suyos,
porque la humanidad le arde en las venas.
Y en ese contraste duele más:
el pueblo que da hasta lo que le falta, y un gobierno que presume lo que nunca entrega.
El verdadero grito no está en un balcón,
ni en la voz que repite discursos vacíos;
el grito está en el pecho del humilde,
en el dolor compartido,
en la rabia de saber
que la indiferencia también mata.
México está de luto,
y lo estará mientras la justicia sea un fantasma,
mientras la risa del poderoso
pise la tumba del inocente.
Pero aun así,
México no se quiebra.
Porque su grandeza no nace del poder,
sino del corazón inmenso
de su pueblo.
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ππͺπΏπ♥οΈ