Mi abuelo Dámaso,
árbol nacido entre las rocas,
recto y sensible,
dibujaba historias de sal
con el nombre de los pájaros
y de las hierbas del campo.
Sus manos sostenían los libros
que alimentaban
una vida de compromiso
mientras la suerte marcaba el paso
a una guerra de sangre y de nieve,
de huesos de hielo
y naranjas amargas.
Que no hay más Mandamiento
que el amor que trae la libertad,
y ofreció su vida impropia
para salvar a su hermano
cuando el infierno blanco
se coloreaba de rojo
y la suerte se movía
sin pedir permiso.