Tus cabellos son como imágenes sensibles, que sólo se dejan tocar sin apuro y con primor. Requieren la delicia y la discreción que otorga la pulcritud de lo bello.
Tú eres un espasmo en la habitación de los cielos, que será demolida por falta de ocupantes.
Tú eres el sonido que envuelve el arpa de los enigmas. Un abrazo que consiguió escapar de su cuerpo para pulular por desconocidos bosques.
Eres rosa estadio, múltiple sustancia, roja verdad.
Exhalas poesía, y los mundos se retraen al sentirte.
Te has vuelto marea, sin tocar el agua.
Tus manos azul zafiro se confunden con hojas que caen del cielo.
Eres brillante momento, recuerdo sin comienzo. Incandescente espacio de gestación.
Moras en el gesto de lo invisible. Sueñas, y el cuerpo es el que te suelta a ti, para que vueles. Luego te arrastras como una corriente en el océano. Buscas el centro de la hoguera. Tu centro es mi hogar. Tu hogar es mi centro de fe.
Tú eres eclosión, caótico respiro que siempre estable se mantiene.
Amor ecuménico: muéstrame el camino hacia tus ojos. Desembocaré en ellos cual río sin fin. Me deslizaré por las alfombras de tu destino. Caminaré entre los infiernos de tus instantes. Me volveré tierra, si es necesario, para servir de base a la semilla de tus sueños.
¡Vida encandilada! me sonrojo con los nervios de tu alma. Las venas de tu inspiración circulan en mis dedos de cal. ¡Arena sin desierto me vuelvo cuando me pierdo de ti!
Realidad que nos une. Estela que dejan tus labios al beber. Luz preciada que hoy nos anima como nunca pudo hacerlo.
Me hago eco frente a los vaivenes de tus palmas que danzan.
Me hago danza frente a tu sutil encuentro con el espejo.
Me hago espejo para conocer tus rincones, tus máscaras y tus verdades.
Y tú, igual que un fuego, me consumes con dulzura y placidez.
Puedo ser tu fragancia, tu color y el tambor de tus más profundos cantos.
Puedo volarte, amándote.